Era alguien con quien intercambiábamos palabras como talismanes, nombres capaces de fundar infiernos y paraísos, frases vertiginosas arrancadas del fondo de fiebres y de abismos, alguien con quien a veces nos internamos en la eternidad y cuya sola sombra yo no podía rozar sin un estremecimieno. Después vi copiadas las mismas frases, aun las mías, intensas, tiernas, desesperadas, en cartas enviadas a otras mujeres, y sus cartas se vaciaron, fueron para mí como las de Anonalino: nadie había escrito nada. Babas.
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