De repente nos entra
un amor desmedido por el prójimo,
una ternura incontenible.
Nos sentimos de golpe
como el canalla moribundo
que pide perdón a manotones.
Y vamos de puerta en puerta:
queremos dar nuestro plato de sopa,
el cigarrillo que nos queda,
arrancarnos un ojo y decirle
a ese alguien, el prójimo:
-Mira con él la lluvia o el otoño,
apenas si lo he usado,
es el izquierdo.

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