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Un sentido que no es nunca principio ni origen, es producto. No está por descubrir, ni por restaurar ni reemplazar; está por producir con nuevas maquinarias. No pertenece a ninguna altura, ni está a ninguna profundidad, sino que es efecto de superficie, inseparable de la superficie como de su propia dimensión. No es que el sentido carezca de profundidad o de altura; son más bien la altura y la profundidad las que carecen de superficie, las que carecen de sentido, o que lo tienen sólo gracias a un «efecto» que supone el sentido.
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Las identidades están todas simuladas, son fruto de un «efecto óptico», de una interacción más profunda que es la diferencia y la repetición
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El Barroco inventa la obra o la operación infinita. El problema no es cómo acabar un pliegue, sino como continuarlo, llevarlo hasta el infinito. Pues el pliegue no sólo afecta a todas las materias, que de ese modo devienen materias de expresión, según escalas de velocidades y vectores diferentes (las montañas y las aguas, los papeles, los tejidos, los tejidos vivientes, el cerebro), sino que determina y hace aparecer la Forma, la línea infinita de inflexión
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Siempre hay un pliegue en el pliegue, como también hay una caverna en la caverna. La unidad de materia, el más pequeño elemento de laberinto es el pliegue, no el punto, que nunca es una parte, sino una simple extremidad de la línea. El despliegue no es, pues, lo contrario del pliegue, sino que sigue el pliegue hasta otro pliegue... Pliegues de los vientos, de las aguas, del fuego y de la tierra, y pliegues subterráneos de los filones en la mina. Los filones mineros son semejantes a las curvaturas cónicas, unas veces se terminan en círculo o en elipse, otras se prolongan en hipérbola o parábola..

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